La historia más divertida acerca de los efectos de la presión me fue contada por Sir Robert H. Davis, el historiador del buceo e inventor del primer aparato para escapar de un submarino hundido.
Hace bastantes años, durante la construcción de un túnel bajo el lecho de un río, un grupo de políticos descendió a él para festejar la unión de las dos galerías, que habían avanzado en direcciones opuestas. Bebieron champaña, pero se sintieron muy decepcionados al observar que la bebida era insípida y no burbujeaba; ello se debía, desde luego, a que se hallaba sometida a la presión propia de las profundidades y el bióxido de carbono permanecía en solución.
Cuando el grupo de fuerzas vivas de la localidad emergió a la superficie, el vino empezó a rebullir en sus estómagos, obligándoles a desabrocharse el chaleco. El champaña llegó a salirles literalmente por las narices, hirviente y espumeante. Uno de los dignatarios tuvo que ser devuelto aprisa a las profundidades para que el champaña que llenaba su estómago volviera a ser comprimido.